Bienvenidos una vez más al blog. Con este título, pensaréis que me he vuelto loco, que me odio a mí mismo o que debería llamar al teléfono de la esperanza. No, no abogo por la eugenesia ni nada parecido. Me refiero al término, no al concepto; aunque también tenga que ver con el aspecto conceptual.
Para quien ande perdido, la diversidad funcional es un término acuñado por Javier Romañach Cabrero en 2005. Trata de establecer una forma no negativa frente a otras denominaciones como minusvalía o discapacidad. El caso es que, lo que podría haber sido una idea maravillosa, ha acabado convertido en un eufemismo hueco y que ni siquiera tiene sentido cuando uno se para a pensarlo dos veces.
Antes de que me colguéis de la soga, digo algo que debería ser obvio: esta es mi opinión y no tenéis por qué compartirla. Soy una persona que cree firmemente en la diversidad, también de las ideas y los puntos de vista, sobre todo cuando hay pilares sobre los que sostenerlos. Creo que un debate sobre este tema es interesante. Por eso abro el melón. Pretendo ser claro y franco. Si hiero alguna sensibilidad por el camino, disculpad. Estad seguros de que no lo hago a propósito. Sin más, comencemos.
La negatividad léxica
El principal pretexto para idear nuevas terminologías es disociar la discapacidad de la connotación negativa que acarrea consigo. Sinceramente, a mí, por muy bonita que me la pinten, nunca voy a verla como algo positivo. Estaría mejor si pudiera ver, como los demás. Igual que quien tenga que vivir sentado en una silla de ruedas desearía con toda su alma poder caminar. Esto no quiere decir que haya que vivir amargado en un rincón oscuro, pero las cosas son como son. Tener una discapacidad te hace la vida más difícil.
Es cierto que palabras como minusvalía son mentirosas. Una persona no tiene por qué valer menos sólo porque le falte alguna funcionalidad en su cuerpo. Puede compensarlo sobradamente con otras. Sin embargo, a título personal, estoy conforme con discapacidad. Yo no tengo la capacidad de ver. Puedo hacer lo mismo que otras personas utilizando el resto de mis sentidos, pero carezco de vista en cualquier caso. Eso no va a cambiar por mucho que cambie la palabra para denominarlo.
Seguro que no todos sois como yo. Habrá a quien utilizar el término diversidad funcional le resulte motivador, inspirador… Incluso admito que puede haber algo de brillo en la idea. ¿Qué mejor forma de conseguir la integración de personas con cualquier tipo de discapacidad que hacer que el mundo no lo vea como algo netamente negativo?
El problema del eufemismo
El problema es que el término diversidad funcional se ha convertido en un eufemismo de los otros que se venían usando hasta ahora. Ya no soy una persona discapacitada o con discapacidad (tanto monta, monta tanto), ahora soy una persona con diversidad funcional, sea lo que sea eso. Porque, si te paras a pensarlo, no tiene ningún sentido que una persona pueda tener una diversidad de funciones. Tiene las que tiene; ni más, ni menos.
Personalmente, a mí me suena condescendiente. Ya me resulta raro que alguien diga invidente en vez de ciego. Ahora tengo que soportar que alguien me diga que tengo una diversidad funcional. Casi noto las palmaditas de ánimo en la espalda mientras piensa si no estará hiriendo de algún modo mis sentimientos.
La diversidad es una propiedad intrínseca de cualquier grupo heterogéneo, no de sus individuos. Tenemos diversidad de género, ideológica… Pero jamás se nos ocurriría decirle a un budista que tiene diversidad religiosa. Suena a lo que es: absurdo. Y, sin embargo, hemos aceptado este término y se ha asumido como el más adecuado en nuestra jerga.
Lo triste es que podría haberse hecho bien. Podría haberse usado para referirse al conjunto de la sociedad, tengan una discapacidad o no. Porque ahí sí que hay una diversidad funcional. En el conjunto de la humanidad, hay gente que tiene funcionalidades y capacidades distintas. Gente que necesita acceder a la información de modos diferentes. Gente que necesita herramientas para complementar las deficiencias que padece. Era una oportunidad para que nos vieran como parte del todo, no como un ente ajeno que tiene su propia calificación terminológica. Podría haber sido un cambio de paradigma, pero se ha quedado en un eufemismo positivo.
Esto es lo que yo pienso. ¿A vosotros qué os parece? Dejadlo en los comentarios, y sed siempre respetuosos con quien no piense como vosotros.
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