Hace unos años tuve una revisión médica rutinaria en mi puesto de trabajo. Después de entablar una pequeña conversación con la doctora y hacerme algunas de las pruebas, me golpeó una pregunta inesperada: ¿no te has planteado pedir la incapacidad? Seguro que mi gesto dijo mucho más que mis palabras, pues se me habían quedado atragantadas más o menos donde la COVID obra su mal. Finalmente, negué con la cabeza y una sonrisa incrédula. ¿Por qué iba a hacerlo si puedo desempeñar mi trabajo?
Incapaz de entenderlo
La semana pasada saltó una noticia en la que una sentencia avalaba la concesión de incapacidad permanente y el complemento de gran invalidez a personas con patologías preexistentes (se abre en una ventana nueva). Una gran noticia, dirán unos; vaya morro, dirán otros. El caso es que es la excusa perfecta para daros mi opinión sobre lo que, creo, es un gran fracaso colectivo como sociedad.
Nunca he entendido exactamente qué criterio había detrás de la concesión de incapacidad. Sí, las leyes lo dicen claramente, pero, ¿Por qué? Es llamativo que haya gente que puede ver tanto como para llevar una vida prácticamente normal y tengan ese privilegio; en cambio, personas que no ven nada en absoluto, ya sea de nacimiento o de forma adquirida, no. Apliquemos esto a cualquier otra discapacidad. Estoy seguro de que conocéis un buen puñado de casos en los que el agravio comparativo es, cuanto menos, llamativo.
Todo se reduce a si esa pérdida se ha producido en ejercicio de tu empleo o no (al menos hasta ahora). aparte de ser dudoso, pues en muchos casos se podría seguir ejerciendo otra profesión distinta, revela la visión antediluviana que el estado tiene acerca de la discapacidad: si tienes una, no vales para nada. Pero, si además no has podido trabajar en tu vida, entonces estás jodido por duplicado, porque no vamos a darte una paguita.
No digo que no haya casos extremos, donde lo más que se puede hacer es presentar condolencias y ser generoso, pero, ¿de verdad estamos dispuestos a asumir que uno no vale ya para nada? Habrá quien se sienta cómodo en el papel, no me cabe duda. De hecho, hay quien se jacta de no tener que trabajar mientras otros, en su misma o peor situación, tienen que coger el bus todos los días para acudir a su puesto. No soy una de esas personas y espero no serla nunca.
Ahora bien, ¿con qué choca uno cuando baja a la realidad?
Efectivamente, cuando uno cae en el barro, se encuentra con que no es capaz de hacer muchas cosas. El problema es que no depende de las habilidades propias o de la voluntad que le pongas. Estás limitado por la falta de accesibilidad que impera en todos los ámbitos. Incluso en esferas donde la ley se supone que nos ampara, la preocupación por diseñar productos, servicios, infraestructuras y protocolos accesibles, brilla por su ausencia.
Así que, ¿cómo pretendes convencer a cualquier empresa de que una persona con discapacidad es tan válida como cualquiera para desempeñar un puesto? Es imposible. Es el mayor fracaso que hemos labrado como sociedad a este respecto. Y aquí tenemos responsabilidad todos: por no concienciar día tras día; por no luchar por los derechos que, de hecho, la ley nos reconoce; por no poner nuestro granito de arena ; por acomodarnos en la solución de soltar una limosna para mantener las bocas cerradas.
En lo que me toca, que es el ámbito de la ceguera, es cierto que hay magníficos profesionales de la ONCE que luchan todos los días para dar una formación y un futuro a muchos niños. El problema viene cuando se convierten en adultos. Quitando un par de carreras, como fisioterapia o asistencia social, existe un problema estructural con la inserción en el mundo laboral. Casi toda la gente afiliada que conozco vende el cupón o trabaja en empresas adscritas a la ONCE. ¿Es esto una inserción real? Con todo el respeto, el resultado es que antes había ciegos vendiendo el cupón; ahora hay ciegos universitarios vendiendo el cupón.
Por lo que a mí respecta, el debate no es a quién se le tiene que dar la incapacidad y a quién no. El debate debería ser qué cojones estamos haciendo mal para que pedir la incapacidad sea la única solución y alivio a la situación que padece mucha gente. Reconocer e identificar el problema siempre es el primer paso para solucionarlo.
Una vez se ponga remedio a las barreras que existen y a la mentalidad desfasada que no dejamos de inculcar, entonces sí, será cuestión de demostrar nuestras habilidades y de nuestra fuerza de voluntad.
Comentarios
Una respuesta a «Incapaz de entenderlo»
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Firmo debajo de todo lo que has dicho.
Muchas veces ocurre, que como saben que con un poco de dinero nos callan, nos ofrecen ese bomboncito. Y aquel que no esté por la labor de trabajar más allá de lo que le toque, pues coge el dinero y se olvida de su vida útil.
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